Existe una enfermedad: la interrupción de la Liga profesional del fútbol de Primera. La padecemos todos, yo la padezco. La falta de fútbol (de ese fútbol, el de los equipos que nos dejan melancólicos, eufóricos o deprimidos, los de nuestra infancia o adolescencia) es como cualquier otra carencia afectiva. Uno se encariña con los jugadores y con sus circunstancias, eso es inevitable, pero lo que queremos del fútbol es que jueguen los que lo protagonizan, no que se dediquen a marearnos con sus gustos y con sus disgustos. Y en los tiempos en que, con el noble propósito de representar a sus equipos nacionales, disputan encuentros de competición o amistosos, los aficionados de clubes que viven en nuestra alma como si fueran parte de nuestros primeros juguetes nos sentimos huérfanos, como desnortados.
De lo que no me había dado cuenta hasta ahora (al menos ahora lo compruebo) era de que esta ausencia de fútbol da de sí una lamentable sucesión de disgustos para las aficiones. Como sigo con atención (por distintos motivos, muy distintos) a la del Real Madrid y a la del Barça he advertido que estos disgustos van por barrios y son a la vez atractivos y aburridos, recurrentes. Por una parte, al Barça le ha salido otra vez, en estas vacaciones raras del fútbol, el dilema Messi, nos quiere o no nos quiere. Los periódicos, entre ellos este, pero también los más mesiánicos, han caído en esta maniobra afectiva que arbitra el propio jugador cuando está aburrido o no tiene otra cosa que decir más importante: desliza que quizá se vaya y el ámbito mediático que lo amplifica lanza la especie. Messi se va. Menudo titular, o menudo wishful thinking, que dirían los ingleses. Menudo notición… para los que querrían, como la madrastra de Blancanieves, que el argentino de Rosario no fuera el que, dicen, sigue siendo el mejor del mundo, con permiso de su amigo (se saludaron: esa ha sido otra noticia de esta vacación de la Liga) Cristiano Ronaldo.
Como estos ataques de celos mediáticos van por barrios, el madridismo ha tenido su dosis, protagonizado por las contundentes declaraciones de Xabi Alonso sobre el portero de su equipo actual, el Bayern Múnich. Tomé un taxi esta mañana y el hombre que lo conducía estaba que bramaba con esa declaración de principios del exjugador del Real Madrid. Bueno, ¿qué quieren? Ahora Alonso está en el Bayern, la memoria afectiva de los futbolistas es tan ligera como la memoria afectiva de los aficionados. Ya saben qué pasó: Alonso estuvo en el Madrid y era un héroe; Luis Enrique era un héroe madridista. Los otros aires, ay, los convierten a los dos, tácitamente, en traidores a la causa… No saben ustedes cómo me pondría yo si pasado mañana el AS titula en serio: Messi se va.
Hasta ahora todo son amagos, pero es porque no hay Liga. Desde este sábado empezaremos a hablar de lo que hay que hablar.
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