La Honda de Marc Márquez no funcionó debidamente en el GP de la República Checa. Y no fue una excusa del piloto tras su primera derrota del año: el sábado, después de conseguir la pole, ya dejó claro que debían hacer algunos cambios para el domingo y ese mismo día, en la parrilla de salida, insistió en que la moto no estaba perfectamente puesta a punto. En la carrera se evidenciaron tales carencias cuando Pedrosa, Lorenzo y Rossi, que no le habían visto el pelo en las diez anteriores pruebas, le pasaron por encima sin mayores complicaciones. Al cruzar la meta, el líder hizo un gesto de rabia pero no tanto por haber perdido, que también, sino por no haber podido siquiera defenderse. Y ahí se quedaron todas sus quejas sobre lo ocurrido.
Sus declaraciones posteriores apuntaban a esos reglajes inadecuados para las condiciones de la pista y a un domingo poco inspirado del piloto. Ni una queja, ni un reproche, ni un mal gesto para el equipo, cuando claramente habían sido incapaces de solucionar los problemas que Márquez sufrió desde el viernes. Ése es su talante, ésa su generosidad de gran campeón. Ganan todos juntos y juntos también asumen el fracaso. Los mismos técnicos que en Brno no dieron con la tecla precisa son los que le han facilitado una moto casi invencible el resto del año. Marc lo sabe y demuestra esa complicidad con un equipo que así se desvive por su piloto. Y ya lo explicó él mismo con su habitual sentido del humor: en Silverstone veremos si ha entrado en crisis.
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