El Barça tiene derecho a ilusionarse, decía Flaquer en Carrusel, y lo corroboraba Gallego. Se inaugura otra etapa que se basa en el mismo fútbol pero adecuadamente acelerado. La luz se le había apagado a Messi, él se había escondido. La falta del resplandor había hecho que el Barça perdiera la fe. Luis Enrique es la fe, no cabe duda, y ahora el resplandor y la luz vienen de antorchas distintas: Rakitic (e Iniesta) se encargan del resplandor y Messi dispone de la luz a su gusto, la alimenta con una alegría que había dejado en suspenso.
El concurso de Munir completa este panorama que hizo feliz a la grada feliz, que coreó el nombre de Iniesta, el nombre del argentino… y el nombre del entrenador. Desde que se fue Guardiola no había recibido el entrenador una ovación en un partido de trámite. Esa es la ilusión, que activa la memoria. Y el Barça de anoche mostró lo mejor de su mejor memoria.
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