En estos tiempos resulta más difícil que nunca justificar la inversión pública en acontecimientos deportivos. Yo mismo he defendido que algunos derroches en competiciones de motor resultaban inadmisibles; cuando falta el dinero para la salud, la educación o las pensiones no tiene sentido dedicar partidas multimillonarias a lo que, en definitiva, no deja de ser un entretenimiento. Sin embargo, cuando la necesidad aprieta se corre el riesgo de perder la perspectiva y pasar de un extremo al opuesto, lo que tampoco parece muy aconsejable. Malgastar es una cosa e invertir otra bien diferente. Así hay que entender que determinados eventos son acreedores de apoyo público como impulsor económico de una determinada zona del país donde se desarrollan.
Este fin de semana, sin ir más lejos, el Mundial de motos acaba con el GP de Valencia. La traca final de un certamen apasionante, que ojalá tenga su guinda con la coronación de Álex Márquez en Moto3, sumando su título al de Tito Rabat en Moto2 y su hermano Marc en MotoGP. Los organizadores de la prueba esperan igualar las cifras de asistencia del pasado año, lo que supondría generar recursos económicos importantísimos en la zona de influencia de Cheste. En concreto, un estudio realizado por una empresa independiente concreta esta riqueza en nada menos que 39 millones de euros, porque cada uno de los más de cien mil aficionados que pasaron por allí se gastó un promedio de 368 euros en entradas, alojamiento, comidas, gasolina, ocio… Es decir, tanto por ingresos directos en las empresas locales como por recaudación de los impuestos correspondientes parece bastante claro que un gran premio como de Valencia no deja de ser un motor económico para la región. Y eso es algo que no deberíamos olvidar, ni siquiera ahora.
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