lunes, 9 de febrero de 2015

Dying Light se convierte en el primer gran juego del año

Los creadores de Dead Island retoman la temática zombie con un magnífico sandbox que mezcla con gran acierto todos los tópicos del género: ciudad en cuarentena, calles plagadas de infectados, supervivientes que luchan día a día por obtener víveres…


La perspectiva elegida por Techland, el estudio polaco responsable del título, para desarrollar la aventura es de primera persona, una apuesta arriesgada pero que funciona muy bien con el planteamiento del juego donde prima la lucha cuerpo a cuerpo y el empleo del parkour como forma de desplazamiento. También proporciona una mayor inmersión del usuario en la historia.


El argumento está bien desarrollado proporcionando una percha solida al desarrollo general del juego: el usuario desempeña el papel de un agente secreto enviado a Harren, una ciudad en cuarenta por una extraña infección, y que debe conseguir cierta información sensible. Nuevos personajes y situaciones irán desfilando a lo largo de la partida proporcionando cierta profundidad al guión; que no llega a ser The Last of Us, pero está bastante por encima de la media.


En el aspecto gráfico destaca tanto el excelente empleo de la luz, con ciclos de día y noche, como el buen modelado de la ciudad. El movimiento del protagonista (carreras, saltos, golpes…) está muy bien conseguido, por el contrario los zombies muestran demasiada uniformidad.


La dificultad del juego es notable a pesar del irregular comportamiento de la IA de los zombies, que tienden a concentrarse en lugares estratégicos. En ocasiones puedes pasar al lado de uno sin que reaccione y otras veces se junta una marabunta al menor ruido. También su actividad varía de noche y de día, si algunas zonas con luz diurna son complicadas, en cuanto cae el sol, se vuelven imposibles. Para pasar la noche se pueden buscar zonas seguras donde no se estará libre de ataques.


La duración de Dying Light es de unas 20 horas, el doble si optamos por realizar las misiones secundarias y explorar bien la ciudad; algo más que recomendable ya que es necesario recoger todo tipo de objetos para mejorar el armamento y crear determinas ayudas como los botiquines. El sistema de experiencia proporciona mejoras al personaje en tres áreas: supervivencia, agilidad y potencia, a medida que se consiga experiencia en cada una se irán abriendo nuevas opciones y habilidades.


En el combate prima el cuerpo a cuerpo con armas fabricadas o con objetos recogidos en la ciudad (tuberías, llaves inglesas, tablones…) frente al empleo de armas de fuego. Además estas últimas provocan bastante ruido, lo que suele ser funesto en Harren. En cualquier caso, todas tienen un número limitado de usos, lo que hace que eliminar por sistema a los enemigos no sea una buena idea. Además cada pelea tiene un coste en energía que puede terminar agotando y dejando indefenso al protagonista. También se pueden emplear el fuego y la electricidad como aliados contra los infectados. Además de los zombies iremos encontrado enemigos humanos a lo largo de la partida, que presentan un reto mayor.


Dying Light es una experiencia gratificante, con un buen equilibrio entre dificultad e interés y que, gracias al uso limitado de las armas, obliga al usuario a contemplar a los zombies como la amenaza que son y no como una simple diana. La sensación de desesperanza y de ciudad decadente está muy lograda y el jugador se ve inmerso en un mundo apocalíptico en el que se ve atrapado por fuerzas que están más allá de su dominio.






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