-Acaba de regresar de entrenar en China, en el Ningxia Qidongli, nada menos que en el tercer escalón del fútbol chino. Menuda experiencia debe ser esa.
-Es brutal, no creo que haya nada por encima en cuanto a nivel de dificultad cultural y futbolística. Se trata de un equipo de la China profunda, al noreste, casi en la frontera con Mongolia, en Yinchuán, donde apenas hay fútbol. He vivido momentos muy buenos y también muy malos, pero sobre todo he aprendido a salir del confort de nuestro día a día.
-¿Cómo surge la posibilidad de irse tan lejos?
-Era un proyecto del gobierno en el que participaba una empresa con la que yo tenía contacto y que buscaba un entrenador extranjero. Llevaba cuatro años sufriendo en España y me habían dado la puntilla en el Toledo. Sé que en el Madrid y en el Atlético se habla bien de mi trabajo, pero con eso no basta. Así que decidí emprender esta aventura que al final me ha servido para enriquecerme como entrenador y como persona.
-¿Y qué se encontró?
-Una ciudad tranquila, residencial, de 2,5 millones de habitantes, con sólo 100 extranjeros y ni siquiera un Starbucks como franquicia internacional. Eso sí, también un alucinante estadio para 50.000 personas. Pensé que por la magnitud del proyecto iba a entrenar al Bayern de Múnich, pero luego poco a poco fui descubriendo las dificultades. Los campos de entrenamiento eran pésimos, la hierba no se cuidaba, los jugadores no daban el nivel suficiente. Aquello no era Alicia en el País de las Maravillas. Había que empezar de cero. Durante dos meses vi a los jugadores y sólo me quedé con cuatro o cinco. Estuvimos meses preparándonos. Incluso convivía con ellos para que me vieran más cercano.
-Algo habitual en España, lo de ser uno más, pero no tanto en China…
-Así es. Allí hay una disciplina militar para todo y la exigencia personal es enorme. El chino no expresa emociones, simplemente ejecuta órdenes. Desde que son niños están acostumbrados a entrenarse tres veces al día. Y no les puedes cambiar, por mucho que lo intentes. Es su cultura. Los rangos, además, están muy claros. Los veteranos tienen predominio sobre los jóvenes, por ejemplo. La mayoría se limita a acatar órdenes. En el fútbol también. De esta manera los métodos de entrenamientos son como los de España en los años 60.
-¿Y qué tal les fue?
-Empezamos muy bien la liga. Nos pusimos líderes y teníamos opciones claras de ascender. Pero a mitad de temporada empezaron los impagos y el equipo acabó cuarto. China tiene cultura de hijo único y eso crea una sociedad del egoísmo. Quieren ser los mejores en todo, pero funcionan a base de dinero. El dinero es su religión. En cuanto hay retrasos los equipos se paran. Algunos ni entrenan. Se fue bajando gente del barco, el médico, el fisioterapeuta, pero yo decidí ser fuerte y seguir hasta el final. Por ello la gente me tiene en gran consideración. Me han pedido que continúe e incluso es posible que salga alguna oferta en segunda división. Les he hecho ver que tengo vocación y eso allí se valora mucho.
-Decía que de toda la plantilla inicial se quedó con cuatro o cinco jugadores. ¿Cómo hacía para distinguir entre unos y otros ante su gran parecido físico?
-Muy fácil. De cada jugador que tenía hacía una ficha. Le sacaba una foto antes de entrenar y la adjuntaba al informe. De esta manera no había forma de equivocarse. Es increíble la falta de sentimientos que hay en China. No hubo despedidas. No había alegrías ni tristezas cuando ganamos o perdimos. Y aún así los jugadores me tocaron la fibra, pese a que no expresaban nada. Me hice fuerte, porque ves que con tu trabajo ayudas a mejorar.
-¿Cómo se vive allí el fútbol?
-Les gusta mucho. Incluso dicen que van a ponerlo como asignatura obligatoria en los colegios porque el presidente es un gran aficionado. Hasta ahora hubo mucha corrupción, pero se está consiguiendo limpiar. El problema es que las leyes para los traspasos son muy estrictas y las televisiones de momento no invierten dinero. Además, sólo puede haber tres extranjeros y un asiático por equipo. Hay mucho trabajo por hacer porque tampoco se juega demasiado en la calle. En China siempre prima el deporte individual, no el de equipos. El tenis de mesa, el bádminton, el atletismo… Todo es como parte de un ejército, incluso para los universitarios. Allí no se concibe el descanso. En cuanto termina la liga se ponen a entrenar para la siguiente.
-¿Y a partir de ahora qué le espera?
-Voy a ver cómo va todo. Me gustaría volver, si sale la oferta de segunda división. En el club en el que he estado hasta ahora también querían que siguiera, pero había una serie de condiciones que cumplir: levantar tres campos de entrenamiento cubiertos, potenciar el fútbol base, que hubiera más pruebas de escuelas que no las cuatro que hacían al año… Escucharon mi propuesta y lo agradecieron sorprendidos porque en China nunca se propone, sino que se ejecuta. De hecho es un país en el que tienen todo controlado, hasta a los 1.500 millones de habitantes que son. No necesitan nada porque no han visto nada, al menos en la China profunda. Así es su cultura.
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